sábado, 2 de julio de 2011

Todo empezó el día de su muerte I

Todo empezó el día de su muerte. Me llamo Victoria y desde que tengo uso de conciencia he seguido (debería decir, intentado seguir) los pasos del mejor músico que he conocido nunca: mi padre. “Pero es el mejor para ti porque es tu padre”, diréis. Bueno, probablemente sea cierto, pero aún así no le quitéis mérito.

Como decía, todo empezó el día de su muerte; pero empecemos por el verdadero principio. Mi padre era alto, moreno, tenía un buen trabajo y ganaba el doble de lo que trabajaba... ¡Está bien! ¡No me miréis con esa cara! En realidad cuando mis padres se iniciaron la fase “chico conoce chica + chica pasa de chico + chico tiene que conquistar chica” eran bastante simples.

Mi padre trabajaba en la mina y su pelo era negro como el carbón con el que trabajaba, era el más bajo de sus compañeros, le pagaban menos de lo que trabajaba (en aquel entonces ni siquiera le pagaban pues había una gran crisis en su empresa) y sus manos, lejos de ser suaves y limpias, eran grandes ásperas y llenas de carbón.

Mi madre, aún no sé cómo, se enamoró de él, totalmente contrario en todo. Mis abuelos eran adinerados y querían que su hija se casara con alguien de bien.

Después de finalmente poder estar juntos, mi padre consiguió el dinero para comprarse una Gibson. Tocaba como ninguno. Deslizaba los dedos sobre la barriga de la guitarra haciéndole cosquillas e incluso hablaba con ella estando solos en un rincón. Parecía que ella, Phoebe, la Gibson, su guitarra, le susurrara las letras de sus canciones de amor a mi madre.

Con el tiempo aparecí yo y conmigo los problemas. Mi madre se quejaba de que mi padre no ayudaba en casa, mi padre de que el dinero no llegaba y poco después dejaron de hablarse. Solo se intercambiaban un “buenas noches” y un “ya estoy en casa”.

Mi décimo cumpleaños fue lo peor de todo. Estaba soplando las velas cuando llamaron del trabajo. Mi padre había tenido un fuerte dolor en el pecho y se había desmayado.

Yo creía que a mi madre ya no le importaba, pero vi en sus ojos cómo se le caía el mundo encima. Me dijo que papá estaba muy mal y que había que arreglarle de alguna forma. Pensé en Phoebe, obvio, y fuimos al hospital.

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