lunes, 4 de julio de 2011

Todo empezó el día de su muerte II

Cuando llegamos, yo entré con una sonrisa de oreja a oreja con Phoebe en la mano, realmente casi era más grande la Gibson que yo. Mi padre me vio medio arrastrándola con una de sus cuerdas vocales rota; por aquel entonces yo pensaba en Phoebe como un objeto, la cosa que les dices a tus amigos “no lo toques que es de mi papá” y echó una carcajada por aquella escena.

Fue entonces cuando, después de ponerle una cuerda nueva me enseñó cómo se tocaba... cómo se tocaba para que sonase bien. Fueron tan solo tres días. Lo último que me dijo mi padre fue: “cuida de Phoebe”. Al día siguiente mi padre murió.

Desde aquel día intenté ser cómo él pues superarlo estaba (y está) fuera de mi alcance.

Ahora tengo veinticuatro años, gano dinero con cada de los conciertos de mi grupo para comprar no solo diez, sino veinte guitarras nuevas, pero sigo con la vieja Gibson de mi padre, con su adorada Phoebe.

En cada concierto siento cómo mi padre me ayuda a deslizar los dedos y hacer que Phoebe ría con las cosquillas que yo le hago. Es una sensación fantasmal.

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