lunes, 22 de junio de 2015

Romeo y Julieta V ~Final~

Descubrí que era él, ÉL y no otro, el que había matado a mi padre. Él y no otro el que había hecho que no viera a mi madre desde hace varios años y él y no otro el que había metido a mi hermano en todos y cada uno de sus jaleos. Él.

Se me cayó el mundo encima, el cielo se desplomó sobre mi cabeza. Había dejado que mi mente dejara de funcionar como me habían enseñado, había dejado que fuera el corazón el que me guiara. Un error que una asesina por encargo nunca debe cometer. La única cosa que no debía hacer, la primera regla que graban en tu cerebro al entrar en los escuadrones y yo me la había saltado.

Llegó Billy... No, llegó Philip Williams, mi paciente. Le miré y sin pensarlo le asesté unas cuantas puñaladas. Le besé en el pecho y me quité de su alcance. El corazón me iba más deprisa de lo que podía. Realmente había amado a ese hombre de tez morena. Me dijo que sabía quién era desde un principio y con el último aliento me dijo que me quería.

Yo le quería, le quería de verdad. No había nada más en el mundo aparte de él. Él era mi mundo y lo había tenido que matar, y no solo porque fuera mi trabajo, ya se había convertido en algo personal.

Corrí a buscar mi bolso y antes de que pudiera darme cuenta apreté el gatillo del único recuerdo que  mi padre me había dejado. Ahí murió la mejor soldado del escuadrón 23-G.


Besé a Billy con el último soplo de aire. Y ahí murió Becka Smith.

[[Este relato fue mi propuesta en el III Concurso de Relatos Cortos "Río Órbigo"]]

lunes, 15 de junio de 2015

Romeo y Julieta IV

Me dispuse entonces a planear mi futuro encargo. Aún no había visto ninguna foto del tal Williams y después de buscar por todos lados, tampoco la encontré. Ahí empezaban los verdaderos dolores de cabeza: seguirle, hacerte su amiga y cuando menos se lo esperase... ¡ZAS! Llámame insensible, pues lo era, pero me habían preparado para ello.

Tardé un par de semanas en dar con él y con unos “¡ay, lo siento!” a la puerta del supermercado, un café tirado encima y la ayuda de un paraguas en día lluvioso, logré que me invitara a comer a su casa.

Y así nos fuimos conociendo. Cada vez que quedaba con él más me recordaba a alguien. Pero, ¿a quién? El hecho de que su cara y su nombre me sonaran desde un principio era algo que me escamaba, pero seguí haciendo mi trabajo.

Legamos a congeniar realmente bien, nunca antes me había pasado eso con un paciente. Intento por todos los medios no decir cosas personales, ni siquiera cuál es mi color favorito, pero él, no sé cómo se las apañó para que me sintiera totalmente segura. Había que admitirlo, me estaba enamorando del estúpido y sensual Billy.


Un día, después de una noche de desenfreno, marchó a comprar comida china. Y me puso en bandeja la oportunidad perfecta. Le puse toda la casa patas arriba, miré por todos los archivos de su ordenador, observé sus correos (tenía a una tal Shara que no me gustaba nada, pero ese es otro tema) y encontré más de lo que quería saber.


[[Este relato fue mi propuesta en el III Concurso de Relatos Cortos "Río Órbigo"]]

lunes, 8 de junio de 2015

Romeo y Julieta III

Philip Williams… Philip… Williams… ¿De qué me sonaba ese nombre? Rebusqué durante un poco más y ponía información irrelevante como el nombre de sus padres muertos, tres años después sus padres adoptivos murieron y finalmente cumplió la mayoría de edad. Era un chico que había tenido que madurar a los  trece años y que se había metido en más líos que cualquier chico rebelde de las películas de los institutos americanos hasta por fin ser legalmente mayor de edad.

Un par de datos más sobre nada en particular y por fin llegó el nombre que estaba buscando. El nombre de mi padre. No ponía mucho en realidad. Mi padre también había pertenecido a los escuadrones, y poseía un nivel ocho sobre diez.  En teoría podía acceder a todos los datos de mi padre. “En teoría” porque la práctica era muy diferente.

Intenté informar a Elsa sobre ese fallo, pero ella llegó vomitando palabras inconexas a mi cara y un montón de lo que a mí me gustaba llamar becarios lamiéndo el suelo por el que iba a pisar y besando el que ya había pisado. Todos teníamos que haber hecho eso alguna vez si estábamos en alguno de los escuadrones superiores al 20-D. Era realmente humillante y a nadie le gustaba recordar que, alguna vez, también tuvo que limpiarle los Manolos a la Elsa de turno.

Estaba un tanto confusa ante tal situación. Elsa pasaba olímpicamente de ayudarme, lo único que quedaba de mi padre era una chapa a la entrada del edificio, mi madre estaba desaparecida en alguna isla del sudeste asiático y mi hermano mayor era un fugitivo. Estaba sola en ese embrollo.

[[Este relato fue mi propuesta en el III Concurso de Relatos Cortos "Río Órbigo"]]

lunes, 1 de junio de 2015

Romeo y Julieta II

El día de mi cumpleaños aporrearon la puerta de mi pobre apartamento casi derribándola, era Elsa. Realmente odiaba a esa mujer. Odiaba sus aires de superioridad, sus “¿qué tal? Ah, no me interesa, solo era por ser amable”, sus faldas hasta la rodilla, sus camisas impecablemente blancas, sus Manolos bien acomodados a sus ajuanetados pies (¿ajuanetados, existe esa palabra? ¡Qué importa!). Simplemente la odiaba. Se acercó a mí con unas cuantas carpetas de donde tendría que sacar mi próximo paciente. Nunca dedicaba una sonrisa a pesar de tener los dientes más rectos y mejor colocados que jamás haya visto; aunque de haberlo hecho, seguramente me hubiera dado un mini-infarto al descubrir su segunda fila de dientes cual tiburón o sus dientes bien afilados cual vampiro sediento de sangre.

Normalmente estudiaba meticulosamente que el paciente elegido estuviera lejos (vacaciones gratis), no le conociera por nada del mundo (adiós policía) y que no tuviera familia (o al menos que le quisiese). Pero ese día no tenía tiempo y Elsa me atosigó para que escogiera uno. Cogí la primera carpeta y marchó aceleradamente como si nunca hubiera estado allí. Esa mujer llegaba a asustarme de cómo se movía en esas alturas.

Philip Williams. Ese era el sujeto que había cogido. Se había intentado suicidar tres veces oficialmente aunque algunos rumores decían que llegaba a las cinco. Tenía veintitrés años, un paciente de mi edad, es un poco raro que me asignen gente de mi edad. Había estudiado en la facultad de Filosofía y Letras una carrera con un nombre impronunciable, era hacker… blablabla… Vayamos al meollo de la cuestión, ¿por qué ha de morir según mi empresa? Blablabla y más bla en las diez páginas siguientes y en la onceava encontré lo que buscaba. Aparte de haber robado más de cinco millones de dólares en la sede americana y dos millones de euros en la francesa había matado a un soldado del escuadrón 23-G. ¿23-G? ¿Mi escuadrón? Normalmente no daban ese tipo de información y menos aún si eres la tipa que se cargó al capitán del escuadrón 22-G para poder pasar al siguiente nivel.

No ponía el nombre del soldado. Investigué un poco por mi cuenta, cosa que no me resultó muy difícil al tener un alcance de seguridad nueve sobre diez. Me quedé petrificada. La primera foto que salió en pantalla era la de mi padre, más abajo apareció la imagen de mi madre y finalmente la de mi hermano mayor. ¿Elsa sabía esto? No, no creo que lo supiera, ella solo es un alcance dos.


[[Este relato fue mi propuesta en el III Concurso de Relatos Cortos "Río Órbigo"]]