miércoles, 2 de enero de 2013

El mejor regalo de Navidad I

         Me levanté muy nerviosa. Hoy era el día. Llevaba despierta desde las seis de la mañana. Apenas había pegado ojo.

          Fui corriendo a despertar a mi madre. Llegué a su cuarto pisando sigilosamente y cuando solo faltaba medio paso, me tiré en la cama y grité: “¡BUENOS DÍIIIIIIIIAAAAAAAAAS!” Casi muere del susto. Ella me dijo aún con Morfeo en sus pensamientos que era muy temprano.

       Llevaba tres horas ¡TRES! contando las tablas del techo de mi cuarto. Era suficientemente tarde querida madre.

         Recuerdo que ese día había nevado de una manera espantosa y había dejado una bella capa blanca por todo el jardín. Las navidades blancas que todo el mundo desea.

          Yo estaba feliz, contenta, no cabía en mí... Por el contrario, mi madre, que ya iban dos veces que veía fracasar el plan, no quería hacerse muchas ilusiones.

          Aún faltaban más de dos horas, pero apremié a mi madre para que se arreglara deprisa.

         Corrí hacia mi cuarto cual guepardo tras su presa y cogí el vestido que había elegido la noche anterior. Ahora que con la nevada cabía la posibilidad de morir de congelación, el vestido negro no me parecía la mejor opción. Recorrí mi cuarto con la mirada en busca de algo que estuviera a la altura del día. Vi su jersey. Me quedaba enorme, pero aún así decidí probármelo. Efectivamente. Allí entraban sin ningún tipo de problema hasta tres personas como yo.

        Busqué de nuevo. Vi su regalo. El que digo y prometo que nunca abriré hasta verle. Llevaba tres navidades con ese paquete. Era hora de abrirlo.

            Lo cogí y me tiré en la cama. Le quité el lazo sin pensarlo. Estaba nerviosa. ¿Debía hacerlo?