martes, 5 de julio de 2011

Pensamientos de Ella I

Después de todo este tiempo hemos decido quedar. Yo no estoy muy convencida de si después de lo que nos pasó me podré controlar... Al menos lo intentaré.

¿Acaso le debo algo? ¿Tal vez quiera intercambiar los regalos que nos hicimos? Si él quiere los suyos, se los devolveré con pesar, pero si por un momento se le pasa por la cabeza darme los que un día le hice yo... prefiero que los rompa con sus propias manos delante de mí.

Si me devuelve los regalos que yo le hice, será porque jamás fue feliz.

¿Quieres relajarte Señorita Sabelotodo? Solo habéis quedado, no empieces a hiperventilar de forma estúpida. Ya valió de dedillos mentales Doña Penas.
Pero... ¿y si quedamos para eso y yo no me enteré de sus indirectas? Quedaría como una inútil, una estúpida, una imbécil... quedaría... quedaría... quedaría como lo que soy: una buena para nada.

Me miro un segundo en el espejo del ascensor y mi reflejo me devuelve una sonrisa nerviosa y un guiño sin colores, sin sabores... un guiño que no significa nada.
Te veo desde lejos. ¿Corro hacía ti? ¿Grito tu nombre para que me veas? No, voy despacio hasta dónde estás, te tapo los ojos y pregunto lo de siempre... ¿Despertaré algún día de este sueño? ¡Ahora no es siempre! Ahora es ahora y... ¿y por qué estoy tan nerviosa? ¡Joder, que nunca fuimos novios!



Me limito a llegar hasta ti y cuando llego a tu altura te pregunto la hora como cualquier persona en medio de la gran plaza abarrotada, esperando que tú me reconozcas.

Así es, me reconoces. Nos miramos unos segundos y eres tú el que me abraza mientras yo sorprendida no sé qué hacer con mis brazos. ¿Te devuelvo el apretón? Al final abro mis brazos y los poso sobre tu espalda, entusiasmada, y nos separamos de aquel enredo con las caras más sonrientes que jamás haya visto nadie, como dos críos jugando. En realidad jugamos en un tiempo atrás a ser solo amigos, a ser lo que no éramos.

Me contaste tus aventuras por Andalucía. Los vascos que conociste en Sevilla, los alemanes de Huelva, los milagrosos españoles que viste un par de días en Cádiz y que no les entendías por que hablaban “¡andalú serrao, quillo!”... Me contaste todas tus historias. Pero ningún amorío se dejó ver mientras hablabas.

Llegó mi turno. Yo no quería contarte nada, solo quería disfrutar del tiempo perdido. Insististe, como haces siempre, y lograste que te contara mis desvaríos por el mundo. El sabor de todas las clases de cerveza rodando por mi garganta en Berlín, los cuatro pares de calcetines “¡y de los gordos!” con los que me tuve que equipar en Moscú, el hambre que pasé el verano sin embutido en Londres...

Me miraste de soslayo mientras dabas vueltas a la caña que habíamos pedido en el bar de siempre.


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