martes, 10 de abril de 2012

Odio

Odio.
Era el único pensamiento que se me venía a la cabeza.
Odio.
Tirada sobre el asfalto con la cara impregnada en lágrimas.

Volvía sola a casa poco antes del toque de queda.
Unos tres o cuatro chicos  me habían chistado desde lejos.
Yo caminé todo lo deprisa que mis pies poco acostumbrados a los tacones me permitieron.

Intenté pasar de ellos, pero corrieron hasta llegar a mí.
El primero me miró y me dijo que todo iba a ir bien.
Le dí con la mochila llena de libros lo más violentamente que pude.
Él no emitió ningún tipo de sonido de queja
y antes de que pudiera darme cuenta sus robustos brazos me enredaron en un abrazo casi mortal.

Grité pidiendo ayuda pero nadie acudió en mi auxilio.
Estaba totalmente indefensa.

Los demás chicos hicieron un corro alrededor de aquella bestia y de mí.
Me sentía como un animal en el zoo del que solo esperan diversión.

No tenía la fuerza suficiente para quitarme aquel monstruo de encima,
pero no me rendí ni un segundo.
Lloré hasta quedarme sin agua,
grité hasta que me quedé sin aliento.

Cuando por fin aquel circo acabó aquella salvaje actuación,
me dejaron sola.

Me tapé con los trapos en los que habían convertido mis ropas
y me abracé.

Y ahí apareció el único pensamiento:
O D I O