lunes, 1 de junio de 2015

Romeo y Julieta II

El día de mi cumpleaños aporrearon la puerta de mi pobre apartamento casi derribándola, era Elsa. Realmente odiaba a esa mujer. Odiaba sus aires de superioridad, sus “¿qué tal? Ah, no me interesa, solo era por ser amable”, sus faldas hasta la rodilla, sus camisas impecablemente blancas, sus Manolos bien acomodados a sus ajuanetados pies (¿ajuanetados, existe esa palabra? ¡Qué importa!). Simplemente la odiaba. Se acercó a mí con unas cuantas carpetas de donde tendría que sacar mi próximo paciente. Nunca dedicaba una sonrisa a pesar de tener los dientes más rectos y mejor colocados que jamás haya visto; aunque de haberlo hecho, seguramente me hubiera dado un mini-infarto al descubrir su segunda fila de dientes cual tiburón o sus dientes bien afilados cual vampiro sediento de sangre.

Normalmente estudiaba meticulosamente que el paciente elegido estuviera lejos (vacaciones gratis), no le conociera por nada del mundo (adiós policía) y que no tuviera familia (o al menos que le quisiese). Pero ese día no tenía tiempo y Elsa me atosigó para que escogiera uno. Cogí la primera carpeta y marchó aceleradamente como si nunca hubiera estado allí. Esa mujer llegaba a asustarme de cómo se movía en esas alturas.

Philip Williams. Ese era el sujeto que había cogido. Se había intentado suicidar tres veces oficialmente aunque algunos rumores decían que llegaba a las cinco. Tenía veintitrés años, un paciente de mi edad, es un poco raro que me asignen gente de mi edad. Había estudiado en la facultad de Filosofía y Letras una carrera con un nombre impronunciable, era hacker… blablabla… Vayamos al meollo de la cuestión, ¿por qué ha de morir según mi empresa? Blablabla y más bla en las diez páginas siguientes y en la onceava encontré lo que buscaba. Aparte de haber robado más de cinco millones de dólares en la sede americana y dos millones de euros en la francesa había matado a un soldado del escuadrón 23-G. ¿23-G? ¿Mi escuadrón? Normalmente no daban ese tipo de información y menos aún si eres la tipa que se cargó al capitán del escuadrón 22-G para poder pasar al siguiente nivel.

No ponía el nombre del soldado. Investigué un poco por mi cuenta, cosa que no me resultó muy difícil al tener un alcance de seguridad nueve sobre diez. Me quedé petrificada. La primera foto que salió en pantalla era la de mi padre, más abajo apareció la imagen de mi madre y finalmente la de mi hermano mayor. ¿Elsa sabía esto? No, no creo que lo supiera, ella solo es un alcance dos.


[[Este relato fue mi propuesta en el III Concurso de Relatos Cortos "Río Órbigo"]]

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