Ni
siquiera tenía el valor de mirarte a los ojos. ¿Qué es lo que había hecho?
No
te estaba viendo, pero sabía que me mirabas. Notaba cómo tus persianas se iban
debilitando, pero aún así conseguías verme con esa mirada de reproche.
Estabas
empapado, tenías el color carmesí por todo el cuello y una mancha con forma de
labios, mis labios, en el pecho de la camisa.
Empecé
a sentir el pánico correr por mis venas y cómo mi corazón se aceleraba hasta
llegar a un número infinito de pulsaciones. Sensaciones que nunca antes había
sentido.
En
mis manos aún podía sentir el calor, en mis ojos aún podía ver cómo te
desplomaste, en mi mente todavía tenía el eco de tus últimas palabras…
Estaba
acostumbrada, como buena asesina por encargo, a ver morir a la gente. Pero ese
hombre… Ese hombre era diferente. Lo había estudiado, como hago con todos mis…
mmm… llamémosles pacientes, el concepto de víctima nunca me ha gustado.
Philip
Williams. Esa era la pobre víc… paciente que me había tocado. Normalmente estos
encarguitos los dejo para mi tiempo de ocio y el resto del tiempo le digo a la
empresa que estoy trabajando en otra cosa. Esa “otra cosa” era una vida normal,
con el miedo normal de la gente normal a ser secuestrado, la tranquilidad de ir
a comprar todos los días normales al mismo supermercado normal y que la misma
cajera normal te atienda y hago su pregunta matutina “¿tienes tarjeta de
socio?”. La empresa me lo permitía porque en verano era la más cruel,
despiadada y fría de todo el escuadrón 23-G.
No
es que me sintiera orgullosa de ser la tipa más fría de todo el escuadrón, pero
ese era mi trabajo y cuanto mejor lo hacía, mayor era la recompensa y mejores
misiones tendría en el futuro.
Empecemos
por el principio…
[[Este relato fue mi propuesta en el III Concurso de Relatos Cortos "Río Órbigo"]]
Me encanta :)
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