lunes, 18 de febrero de 2013

El mejor regalo de Navidad III


    Antes de abrirla cerré los ojos. Respiré. Metí la mano en la caja. ¿Qué es esto? Lo saqué y abrí tan solo un ojo. ¡Era LA camiseta! Esa camiseta que tanto y tanto había insistido para que me la comprara. En realidad una amiga ya me la había regalado en mi último cumpleaños pero esto no me lo esperaba para nada.

    Me la probé. Gracias a que siempre compra alguna talla de más, ese día me quedaba como anillo al dedo, como hecha a medida.

    Bajé corriendo a enseñársela a mi madre, que milagrosamente ya estaba vestida y arreglada para irnos. Me miró sonriente y esta vez fue ella la que me apremió señalando el gran reloj del salón adornado con multitud de adornos para la ocasión. ¡Ya llegábamos tarde!

    Por suerte para nosotras, desde siempre el aeropuerto y la puntualidad no es que sean los mejores amigos del mundo, de hecho, podrían ser incluso enemigos.



    Estaba muy nerviosa, Hoy era el día. Llevaba despierta desde las seis de la mañana.

    Recibí un mensaje al móvil de él. No quería abrirlo, sabía qué decía. Se lo enseñé a mi madre para que lo viera. Ella me miró triste y me abrazó. “Leelo, a ver qué es lo que dice.”

    Con una lágrima rozando ya la mejilla lo abrí y lo leí “sabía que no te aguantarías” ¡Estaba allí! Mi madre me cogió por los brazos y me dio media vuelta.

    Había un hombre vestido de verde, el traje del ejército, con unos cuantos macutos a la espalda, ese corte de pelo que tanto odiaba, esa mirada marina llena de alegría y esa sonrisa en los labios.

    Corrí a abrazarle y lloré. Lloramos los dos a moco tendido.

    Mi madre vino detrás y se unió al abrazo. Abrazó al hombre que más amaba en este mundo, a su marido, a su amigo, a su compañero... Abrazó a mi padre.


    Sin ninguna duda, este era el mejor regalo que podía recibir por Navidad.

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