Me
dispuse entonces a planear mi futuro encargo. Aún no había visto ninguna foto
del tal Williams y después de buscar por todos lados, tampoco la encontré. Ahí
empezaban los verdaderos dolores de cabeza: seguirle, hacerte su amiga y cuando
menos se lo esperase... ¡ZAS! Llámame insensible, pues lo era, pero me habían
preparado para ello.
Tardé
un par de semanas en dar con él y con unos “¡ay, lo siento!” a la puerta del
supermercado, un café tirado encima y la ayuda de un paraguas en día lluvioso,
logré que me invitara a comer a su casa.
Y
así nos fuimos conociendo. Cada vez que quedaba con él más me recordaba a
alguien. Pero, ¿a quién? El hecho de que su cara y su nombre me sonaran desde
un principio era algo que me escamaba, pero seguí haciendo mi trabajo.
Legamos
a congeniar realmente bien, nunca antes me había pasado eso con un paciente.
Intento por todos los medios no decir cosas personales, ni siquiera cuál es mi
color favorito, pero él, no sé cómo se las apañó para que me sintiera
totalmente segura. Había que admitirlo, me estaba enamorando del estúpido y
sensual Billy.
Un
día, después de una noche de desenfreno, marchó a comprar comida china. Y me
puso en bandeja la oportunidad perfecta. Le puse toda la casa patas arriba,
miré por todos los archivos de su ordenador, observé sus correos (tenía a una
tal Shara que no me gustaba nada, pero ese es otro tema) y encontré más de lo
que quería saber.
[[Este relato fue mi propuesta en el III Concurso de Relatos Cortos "Río Órbigo"]]
Continúa con la historia por favor
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